usted sabe que
puede contar conmigo
no hasta dos
usted puede contar
una se siente viva
y cuando digo esto
Escribo... Por qué? Quizás es uno de mis mejores intentos de expresar realmente lo que siento, una unión única entre el mundo y yo, una volá cuática de niña-mujer-duende con ojos de Arrayán, papel y saudade.
"...Mi amor es como una semilla, sólo necesita tiempo para crecer, se hace más fuerte cada día, ese es el precio que ambos tenemos que pagar. Confía en mi..."
...
Bueno El Cruce, y La Gata en particular, me gusta mucho. Fue divertido...
Touché. Con eso se entiende.
Chau!
Napoleón dormía poquísimo. Se acostaba entre las 10 y las 12, dormía hasta las 2, trabajaba hasta las 5 y volvía a dormir hasta las 7. Otro tanto hacían Edison y Churchill, que se saciaban con tandas de 4 horas, y Salvador Dalí, que sólo suscribía esa dieta si la personalizaba: se instalaba en un sillón, dejaba en el piso un plato de metal y se abandonaba al sueño con una cucharita entre los dedos; dormido, los dedos se le relajaban, la cuchara caía golpeando contra el plato y el pintor, alertado por el modesto estrépito, despertaba y reanudaba el reloj reblandecido que había dejado inconcluso. A juzgar por la bibliografía especializada, entre los fanáticos de la vigilia y los dormilones no hay punto de comparación –al menos cuantitativa–. A los primeros se los colecciona; para contar a los otros sobran los dedos de una mano. El marmota más célebre fue sin duda Einstein, que no movía una neurona si no había dormido un mínimo de diez horas. El ejemplo, usado hasta la saciedad, alcanza al menos para contrariar la creencia vulgar, típica de la neurociencia capitalista, de que la férrea voluntad de vigilia coincide con la inteligencia y el gusto por el sueño con la lentitud de espíritu.
En rigor, la desproporción numérica que reina entre los dos bandos muestra hasta qué punto la civilización, ya resignada a emancipar a la comida y el sexo de la mera necesidad, sigue manteniendo el acto de dormir bajo su yugo. En Napoleón, Churchill o Dalí, dormir es tan fastidioso y necesario como alimentarse: una mezcla de obstáculo (porque interrumpe la continuidad de la producción) y de suministro indispensable (porque la recuperación de energías que permite es clave para retomar la actividad). Para Einstein, en cambio, es otra dimensión de la existencia, tan elevada y consistente como el reino de leyes y ecuaciones en el que nacieron y refulgieron sus ideas. Así, el dormilón es al durmiente rápido lo que el cultor del tantra yoga al fornicador expeditivo, y lo que el gourmet al broker que se clava un pancho al paso para discontinuar lo menos posible el frenesí de la compraventa.
Hasta ahora, dormir ha sido apenas una obviedad de la biología y un despotismo cultural: dormimos porque nos es imposible seguir en pie, porque el cuerpo o el alma no dan más o, siendo niños, porque nuestros padres no nos dejan otra alternativa. (“Hay que dormir” –como quien dice: “si no respirás te morís”– era la fórmula con la que desmerecían nuestras protestas y engendraban generaciones y generaciones de pequeños hipnófobos.) Pero basta presenciar el momento sublime en que los niños descubren, por la irresistible temperatura de la cama o la textura peculiar de una costura, una sábana, un pliegue milagroso –cualquiera de esos talismanes que en la oscuridad de la habitación sólo brillan para el durmiente–, que la cama que les parecía un cadalso se ha convertido en el reino más amigable, delicioso y privado de todos, para entrever qué otras experiencias, menos ligadas a la burocracia de la existencia que a su goce, puede depararnos el acto de cerrar los ojos cuando se lo piensa y ejecuta como un arte. Para eso hace falta cambiar de perspectiva: pasar del modelo animal (instinto/satisfacción) al modelo humano (deseo/placer). Así, dormir ya no será un simple término, el límite que “soluciona” un estado negativo intolerable (el cansancio), sino una experiencia en sí, el lugar de una afirmación expansiva, tan sensible a matices y alternativas como el ejercicio “creativo” de la sexualidad y –oh alivio– a la vez mucho menos exigente. La cama ya no será esa tumba impersonal en la que se desploman los cuerpos que “ya no quieren saber más nada”, sino un espacio intacto, expectante, cuya pulcritud sólo pide una cosa: que el durmiente lo abra, lo desgarre y, una vez adentro, vaya colonizándolo de a poco, a ciegas, entibiando algunas zonas y dejando otras frescas, como en reserva, para el momento en que, cansado del calor de las regiones que ya conquistó, el durmiente decida mudar las partes abrasadas de su cuerpo a un mundo más nuevo y refrescante. Esa alternancia (fresco/cálido, nuevo/usado, desconocido/familiar) es sólo una de las frecuencias en las que se juega el goce de dormir. Hay otras: los materiales (las delicias hospitalarias del algodón), los pesos (dormir es rendirse a una paradoja: la sepultura amorosa), las posturas (no adoptar de entrada la postura preferida: llegar a ella, en cambio, al mismo ritmo en que llega el sueño), las aventuras (la felicidad de despertar en plena noche y descubrir todas las zonas frescas que fueron acumulándose durante el sueño). Sólo hay un placer superior al de dormir: el placer de mirar dormir. Los poetas Arturo Carrera y Teresa Arijón lo homenajearon en El libro de las criaturas que duermen a nuestro lado, bello manual de hipnofilia, y Proust le dedica los pasajes más inspirados de La prisionera, cuando el narrador contempla a Albertine, que duerme en su cama, y piensa, entre otras cosas, que majestuosa e inusual es la belleza de ciertas caras cuando dejan de tener mirada.
Una vocecita asustada dentro de mi me dice: Corre! Aún estás a tiempo! Corre! No me conoces, no te conozco... somos dos desconocidos jugando de vez en cuando a querer... mis antiguas leyendas me paralizan frente a ti mientras crece en mi el impulso latente de huir, de retomar mi sendero sin huellas a mi lado, solo mis pasos volátiles por el camino... me acomoda bastante la soledad, la libertad, tal vez por eso me asusta y evito querer, porque cuando quiero, quiero con el alma... el problema es que casi siempre se sufre, pero tengo presente que es importante compartir con alguien esas cosas de la vida... arriesgarse alguna vez... en fin, como muy sabiamente alguien me dijo el otro día, lo tomaré como una oportunidad para cambiar, para avanzar en mi proceso de superación, de autorrealización, la vida es un continuo proceso de aprendizaje no?, ...y así me hizo sentido todo y capté la real dimensión de esas palabras que vagando por las calles de Concepción me dijiste despistado el otro día: “Crisis es sinónimo de oportunidad”.
Sí pues, y así es la vida, uno planifica pero nunca se sabe, uno no dispone, verdad?
Y aquí me enfrento a nuevas situaciones, pero esta vez sin miedo, finalmente decido aventurarme.
Bueno, la verdad es que casi siempre existe un poquito de miedo, en el fondo, pero está. Pero confío en que sólo es uno el que toma la decisión final y yo no lo dejaré crecer en mí, yo quiero seguir disfrutando de la vida como siempre, sus detalles, colores, melodías, sabores, sentires... tanto!
A veces es necesario explorar, aventurarse a recorrer caminos peligrosos, oscuros, dañinos, amenazantes. En la vida es necesario arriesgarse para llegar a lugares nuevos, luminosos, reconfortantes, pacíficos, para aprender, sobretodo de uno mismo. Quizás muchas veces uno piensa que finalmente llegó, que está cerca, pero la misma vida se encarga de señalarte que aún te falta, siempre falta, siempre hay cosas nuevas para ti, a veces abunda la tristeza, la melancolía, pero sé que es por un buen fin,
estoy dispuesta a seguir el sendero,
a explorar,
a descubrir.
Hush baby, baby, baby, baby, baby... Don´t you cry. No llores mi niño, verte así, solito en tu cuna me parte el corazón. Hoy nadie fue a verte, y no lo entiendo porque eres tan solo un bebito, un pequeñito hermoso por lo demás. Debo confesar que desde que entre en la sala me fijé en ti, pero existe en mi ese miedo tipico de los adultos hacia los niños, el miedo al rechazo, a causarte más miedo y tristeza de la que ya tenías. Ella se acercó a ti, te comenzó a dar la mamadera, tiene más experiencia, y luego fue a ver a los otros chiquititos. Timidamente me acerqué al borde de tu cunita, dejaste de llorar y pusiste tus ojitos negros en mi. Tomé la mamadera y te la dí, sin despegar tu mirada de mi, te la tomaste toda... tenías hambre. Fui a ver a mi regalona, no quería su comida, pero la convencí y se la comió todita. Te vi, estabas todo lleno de leche, llorabas desconsoladamente, fui corriendo a buscar a la enfermera... mi niño, como quisiera que hubieses nacido de mi vientre, entonces tendrías siempre a tu mamita contigo. Aunque ya estabas limpiecito seguias llorando, me acerqué nuevamente y te mostré mis manos, movía mis dedos sobre tu cunita y tú estirabas tu brazo buscando mi mano, tomé tu manita y apretaste mi dedo indice con fuerza, como pidiendo que me quedara. Comenzé a susurrarte un canción,me mirabas atentamente, tu respiración comenzó a calmarse, te tranquilizaste completamente y tus ojitos comenzarona despedirse de mi. Dulces sueños wuawita.
Que lindo bebito que dios me dió,que lindo y chiquito,que dios me dió.